Las humanidades digitales y los retos de la representación

Volví del Congreso Humanidades Digitales Hispánicas 2015 (http://hdh2015.linhd.es/ en Madrid la semana pasada, una experiencia muy enriquecedora donde vi muchos ejemplos del buen estado del campo de las humanidades digitales en castellano en estos momentos. Copio aquí el guión para mi presentación ‘Las humanidades digitales y los retos de la representación’. Como siempre, salí algo del texto en vivo, que se puede ver en https://canal.uned.es/mmobj/index/id/45216. Las diapositivas están en http://www.slideshare.net/PaulJSpence.

La presentación es una forma resumida de un ensayo, todavía pendiente de publicación.

Texto de la presentación

El intercambio de conocimiento es un elemento básico en la ciencia, que se enriquece por la acumulación de interpretaciones de diversos investigadores, y cuyo contraste y combinación conduce a nuevas interpretaciones de genealogía compleja. La creciente influencia de la cultura digital no cambia esta función elemental, pero sí le introduce en nuevas dinámicas comunicativas, cada una con sus propias oportunidades y desafíos.

Partiendo de la experiencia y la perspectiva de las humanidades digitales, quiero explorar aquí el papel de la representación a través de tres planos:

  • las formas de representación
    • es decir los estándares, modelos y marcos que creamos para representar los contenidos de estudio
  • los espacios de la representación
    • es decir los espacios científicos y sociales para crear y difundir el conocimiento
  • las instituciones de la representación
    • es decir las estructuras formales e informales que tenemos para facilitar la investigación en sus múltiples aspectos

Las formas de la representación

La representación digital (´modelling en inglés’) y la construcción de recursos digitales son dos elementos que han ocupado un lugar central en la historia de las humanidades digitales. Los proyectos en humanidades digitales, más allá de ofrecer resultados científicos convencionales (‘publicaciones’), han servido como lugares de experimentación, cursos de formación, procesos de acumulación de conocimiento y análisis con tecnologías digitales, además de alimentar el debate sobre el papel de la tecnología digital en las humanidades. Este enfoque práctico, que acarrea la creación o construcción de formas de representación digitales capaces de representar las interpretaciones humanísticas, aleja a las humanidades digitales de otros campos afines de investigación sobre la cultura digital, y constituye uno de sus pilares fundamentales.

Aunque hay bastantes comentarios en las publicaciones de las humanidades digitales sobre el elemento teórico del adopción de las tecnologías –facetas como la crítica textual o la cultura material– resulta llamativa la falta de debate en profundidad sobre los aspectos culturales de la infraestructura técnica, comercial y social que las sostiene. Poco se lee sobre cómo el diseño y l construcción de los dispositivos – y las redes que nos ‘conectan’ – modulan la comunicación global, y como eso influye en nuestras ‘representaciones’ o contribuye a la formación de nuestro conocimiento.

Lejos de constituir una infraestructura ‘transparente’ u ‘horizontal’, los datos que transmitimos y recibimos son traducidos e interpretados de varias maneras. Como nos recuerda Folaron (2012: 7), un porcentaje alto de nuestros conocimientos TIC tienen una “perspectiva cultural anglófona, anglo-americana” (2012: 8).

Hasta ahora, el análisis que se ha hecho en las humanidades digitales sobre el aspecto cultural de las tecnologías y los estándares que utilizamos se ha aplicado sobre iniciativas concretas, por ejemplo TEI y XML para la marcación de textos, es limitado. En cambio existen pocas propuestas que pretenden situar el proceso de representación digital de las humanidades en un contexto cultural de la tecnología, es decir, una perspectiva crítica y global sobre los agentes, procesos e infraestructura que las sostienen.

Hasta ahora hemos observado el contexto para la representación de objetos en formato digital; ahora pasamos a estudiar su significado en términos humanísticos.

El proceso de creación de una edición digital, una base de datos, una ontología digital o una visualización geoespacial requiere formalizar la interpretación humanística en formato digital. Esta formalización explícita nos permite acceder al inmenso poder de los dispositivos y de la infraestructura digital, pero supone una negociación intelectual –a menudo delicada, incluso cargada de tensión– entre el lenguaje de la máquina y la expresión humana, que depende de campos científicos bien distintos, cada uno con su propia cultura y, su léxico expresivo de investigación. Es decir, de formas distintas de representación.

Si superamos la falacia de que una representación digital, por muy flexible y expresiva que sea, es capaz de satisfacer todas las salidas científicas imaginables (o incluso deseables), nos daremos cuenta de que el método elegido (por ejemplo una marcación en XML) favorece una determinada serie de objetivos científicos.

No obstante, hace falta más reflexión sobre el estado científico de esta gran variedad de obras digitales creadas, así como de su papel dentro de un ecosistema científico. ¿Cuándo deben ser consideradas como trabajo en progreso y cuándo como resultados finales de la investigación, publicaciones ‘tradicionales’ como un libro o un artículo en una revista? ¿cómo debemos catalogar a esta nuevas publicaciones dentro del “archivo infinito”? ¿cuál es su lugar en la biblioteca científica globalizada? ¿y dónde las situamos en discusiones más generales sobre la geopolítica de la evaluación, sus definiciones, métrica y sistemas de ranking?

No hay que olvidar que un objeto digital es solamente una representación, una interpretación, una aproximación a un objeto material estudiado, que es remediado por nuevos filtros tecnológicos y mediáticos. Pero además de estos condicionantes y limitaciones, ¿qué decir sobre la perspectiva geolingüística y cultural de la representación digital? ¿Cómo influye esta perspectiva sobre la manera en que construimos nuestras representaciones del saber? ¿Qué supuestos culturales existen, escondidas o visibles, en el ecosistema digital que estamos creando? Nuestros intentos de crear modelos extensibles e integrados pueden unir la ciencia, pero también corremos el peligro de homogeneizar el patrimonio cultural mundial en un archivo digital ‘universal’, donde el carácter y las idiosincrasias locales se pierden, y en este sentido nos hacen falta estudios más detallados sobre las diferencias geográficas, lingüísticas y culturales en la creación y recepción de recursos generados por las humanidades digitales. Por ello, hacen falta estudios más a fondo sobre el lugar de estos recursos generados en el panorama internacional de la producción del conocimiento, el tema de la próxima sección.

Los espacios de la representación

La sección anterior trataba de las formas de la representación; este apartado trata de los espacios de la representación, es decir, cómo la información fluye por los llamados ecosistemas digitales, y cómo se construyen mapas de información/conocimiento (y qué factores afectan a su diseño).

Para conseguir la difusión, los materiales de investigación requieren espacios de representación, espacios que permitan a las innovaciones digitales beneficiarse de las características dinámicas de la red y nuevas arquitecturas de la participación. Algunos proponen el término ecosistema digital para describir los procesos y ciclos de investigación, un término que sugiere equilibrio, autoorganización y conexión flexible entre agrupamientos taxonómicos autonómicos.

En reacción a las críticas de Trettien, que sugiere que las humanidades digitales a menudo figuran como “una casa de producción” con poco protagonismo en la investigación, Anderson y Blanke señalan la mayor tendencia a la mercantilización de los contenidos y proponen que las humanidades digitales sirvan como un “espacio y comunidad” que tome protagonismo ante la necesidad de “proteger los derechos del investigador antes sus propios materiales de fuente” y que facilite un espacio de “experimentación” para nuevas ideas usando cantidades mayores de contenidos.

En un plano menos técnico, y siguiendo un patrón bastante común en las humanidades digitales, un reciente estudio de McGann (2014) evoca una nueva república de las letras, aprovechándose de la migración de buena parte de nuestro patrimonio cultural a formas digitales y estructuras institucionales. Esto nos recuerda también que, mientras que otros agentes como las bibliotecas, los museos y entidades comerciales han llevado gran parte del patrimonio cultural a la red, la comunidad científica ha jugado un papel pasivo hasta ahora en el proceso.

Lo que le falta a esta visión de una nueva república de letras es una perspectiva lingüístico-cultural, es decir ¿quién es ciudadano de esta nueva república?

En su estudio sobre las prácticas del software en Rio de Janeiro, Takhteyev (2012) analiza el desarrollo y la recepción del lenguaje de programación Lua, un lenguaje ‘ligero’ creado por programadores en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro que ha tenido bastante éxito, que se utiliza en los juegos World of Warcraft y Angry Birds, por ejemplo. Takhteyev destaca la ironía en el hecho de que Lua ha conseguido entrar en el club exclusivo de los lenguajes de programación, y sin embargo no era posible (al menos cuando escribió el libro) comprar un libro en portugués sobre el programa, puesto que las empresas locales no lo usaban. En un contexto donde dos zonas del mundo controlan más de la mitad de la industria del software a nivel mundial, Río es el “sitio equivocado” para desarrollar software, afirma (2012 :11). Bajo esta perspectiva, “la asimétrica relación entre el centro y la periferia y sus distintas relaciones con sus sociedades locales respectivas tiene consecuencias importantes para el flujo de la información. Las nuevas prácticas y conocimientos producidos en el centro tienen movilidad desde su origen” (2012: 42, mi traducción).

Se suele decir que la red digital ha facilitado el flujo de la información, pero ¿para quién? ¿es verdaderamente universal? Las desigualdades de acceso, presentes por supuesto antes de internet, ¿están mejorando o empeorando? y ¿cómo se manifiestan en el espacio científico de las humanidades? Si queremos concebir una ciencia digital, abierta y en red, ¿cuáles son las medidas necesarias para crear y mantener una presencia geográficamente representativa de todos?, ¿cómo creamos una infraestructura social y técnica que trascienda las fronteras económicas y culturales impuestas por las dinámicas de la globalización? Y, por tanto, ¿cuál sería el papel de las humanidades digitales en este terreno?

Las instituciones de la representación

Las humanidades digitales son, y en el fondo siempre han sido, internacionales, multiculturales y plurilingüísticas, como es natural en un campo con fuertes raíces en los estudios lingüísticos y culturales. Empezando por su mito fundacional en la obra del Padre Busa, el campo siempre ha tenido una larga extensión por países no anglófonos, pero el boom de las humanidades digitales en 2011 centró su atención sobre una representación institucional desigual en varios aspectos: “Las Humanidades Digitales, por tanto, son también estructuras de poder, políticas de gestión, criterios de inclusión y exclusión, intereses geopolíticos y culturales” (Rodríguez Ortega, 2014: 18).

Estamos acostumbrados a ver mapas de la desigualdad científica como este mapa, que demostró los artículos científicos publicados en 2001 por lugar de residencia de autor y observamos con interés las tendencias actuales en la investigación en este sentido.

Gran parte del debate sobre la representación pluricultural y plurilingüística en las humanidades digitales se ha centrado sobre las instituciones formales –las estructuras institucionales formales (departamentos[1], centros[2] o entidades interdisciplinares), las asociaciones y redes profesionales (como EADH, ACH, RedHD y HDH[3])– y los foros formales de publicación, como las revistas científicas. La consolidación de asociaciones profesionales, muchas bajo la alianza ADHO[4], en los últimos cinco años (Galina, 2013) ha sido un elemento clave para buscar una mayor internacionalización (inicialmente a través del comité MLMC de ADHO, en materia plurilingüistica/pluricultural[5]), un tema muy debatido por algunos (Fiormonte, 2012; Dacos, 2013) que influyó en la proliferación de iniciativas para conocer el terreno mejor y proponer respuestas a la percepción de tendencias hegemónicas dentro del campo. Unido a esto, varios han identificado un alto grado de autoreferencialidad y validación mutua en las publicaciones anglófonas en las humanidades digitales, con una concentración especial en publicaciones de los Estados Unidos, que tiende a marginar la historia del campo en otros espacios lingüísticos y geográficos (Prescott, 2013).

Esta situación en parte refleja las tendencias de centro y de periferia más generalizadas en la ciencia, pero a la vez, y como es de esperar en una disciplina con un enfoque digital, el campo se aprovecha de sistemas de comunicación informales e interactivas menos comunes en otras áreas de la ciencia, al menos en las humanidades, como Twitter, el blogueo y los contenidos colaborativos creados por los usuarios (crowdsourcing). Está claro que las instituciones formales de representación –el poder formal de las revistas, los centros y las asociaciones profesionales–siguen teniendo un peso importante en la evaluación, pero quiero sugerir aquí que un análisis integrado de las instituciones de representación en las humanidades digitales debe tomar nota también de sus manifestaciones ‘nuevas’ o informales. Y quiero proponer que estas nuevas también merecen análisis y evaluación en una crítica lingüística-cultural.

Iniciativas como el Atlas de Ciencias Sociales y Humanidades Digitales[6], la Vuelta al mundo de las humanidades digitales en 80 días[7], el Día/Dia de humanidades digitales en Castellano/Portugués (Priani Saisó et al., 2014) y el Mapa HD[8] han pretendido ampliar la cobertura sobre experiencias periféricas, y por tanto ofrecer importantes experiencias para ayudar en la búsqueda de mecanismos para reflejar mejor la biodiversidad de las humanidades digitales. Pero al igual que las instituciones formales, estas instituciones menos formales merecen un estudio con distancia crítica: las redes sociales, como el internet, tiene sus vías de mayor y menor tráfico comunicativo. A menudo en las humanidades digitales se adoptan estas formas de organizarse como un bien incuestionable.

Es importante estudiar mejor el papel de estas redes y su relación con otras dinámicas en la investigación:

  • ¿cuáles son las dinámicas en su economía cultural y social que pueden facilitar la participación y la colaboración?
  • ¿Cuáles son los factores que facilitan la visibilidad de investigadores por estas rutas informales?,
  • y ¿qué efecto tienen sobre la calidad y naturaleza de la investigación?

Varios comentaristas han analizado las acciones y consecuencias de las instituciones de representación en las humanidades digitales. Tal vez sería útil analizar los objetivos de estas estructuras también:

  • ¿cuál es su función?; ¿a quién sirven?; ¿cómo se diferencian?
  • Una cuestión básica debería ser: ¿estas instituciones existen para reproducir los mecanismos tradicionales de la ciencia, como la legitimación del conocimiento, o deben ofrecer un modelo nuevo?
  • Con la llegada del concepto Web 2.0 Tim O’Reilly nos ofreció la expresión ‘arquitectura de participación’ para describir la naturaleza de sistemas que facilitan la contribución del usuario[9]. ¿Cuáles son las características de una arquitectura de la participación en las humanidades digitales?
  • ¿Y cómo puede comprender las divergencias económicas, geográficas, lingüísticas y nacionales/institucionales?

[1] El Departament of Digital Humanities (DDH) en King´s College London es el único departamento de humanidades digitales en el mundo en este momento http://www.kcl.ac.uk/artshums/depts/ddh/index.aspx.

[2] Frías & García, 2014: 488

[3] Ver http://eadh.org/, http://ach.org/, http://humanidadesdigitales.net/y http://www.humanidadesdigitales.com.

[4] http://adho.org/

[5] http://adho.org/administration/multi-lingualism-multi-culturalism

[6] http://grinugr.org/en/proyectos_internos/atlas-de-ciencias-sociales-y-humanidades-digitales/

[7] http://www.arounddh.org/

[8] http://mapahd.org/

[9] http://archive.oreilly.com/pub/a/oreilly/tim/articles/architecture_of_participation.html

Bibliografía

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  • Anderson, S., & Blanke, T. (2012). Taking the long view: from e-science humanities to humanities digital ecosystems. Historical Social Research / Historische Sozialforschung, 37(3), 147–164.
  • Blanke, T. (2014). Digital asset ecosystems : rethinking crowds and clouds. Kidlington, UK: Chandos Publishing.
  • Chang, E. and West, M. (2006). Digital Ecosystems: A Next Generation of the Collaborative Environment. Conferencia presentada en Eight International Conference on Information Integration and Web-Based Applications and Services.
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